Publicado en / EL IMPARCIAL/Oaxaca, 2009
En el estado de mi, la poesía es toda voz que sucede. Soy angustia de dos causas: escribo por necesidad: escucho al mundo y me comprendo yo (o viceversa).
En el primer caso, la palabra empieza con una pregunta similar: ¿Quién no-soy? Negación. ¿Cómo no-hay, no-lugar? El éxtasis en este caso, encuentra un motivo de escritura existencial. El cuerpo ha experimentado el contacto con un tema sensible: una mirada, un gesto, un motivo, que produce simultáneamente una conexión inevitable con temas espirituales como el amor, la esencia, la muerte, el olvido. A veces, no hay respuesta; se puede escribir solamente preguntando; otras veces, el tiempo abre nuevas llaves de conocimiento. Lo importante no es tanto responder, sino aceptar la imposibilidad del hombre: la resignación. En medio de cada pregunta hay un camino de confianza. Por algo la fe es un andar a ciegas: hay que confiar en lo que no se ve, para que en su momento, la verdad se manifieste como resultado de una transformación espiritual. En otras palabras, aceptar la mortalidad es de sabios, la inmortalidad pertenece a la locura.
En el segundo caso; la función de escribir sucede como resultado de un proceso oculto, un deseo o anhelo de manifestar; y que, de no revelarse, produce angustia y confusión en primera persona. Al tiempo que sucede esto, el mundo (afuera) levanta un sonido agudo y cada vez más prolongado: es la voz de una conjunción desordenada: se amontonan los ruidos y las frases, la gente y los sentimientos. El mundo aliena (en su capacidad reproductora y consumista) al escritor; el yo-interior agoniza en medio de una inmensidad vacía; por eso la respuesta corpórea y casi instantánea a este momento es la ruptura: una búsqueda incansable de soledad y un hastío que lleva inmediatamente al abandono. Hay una disfunción sensible porque el alma es incapaz de soportar el ritmo acelerado del cuerpo. Cuando un poeta escribe, descansa el cuerpo y el alma regresa.
En el estado de mi, la poesía es toda voz que sucede. Soy angustia de dos causas: escribo por necesidad: escucho al mundo y me comprendo yo (o viceversa).
En el primer caso, la palabra empieza con una pregunta similar: ¿Quién no-soy? Negación. ¿Cómo no-hay, no-lugar? El éxtasis en este caso, encuentra un motivo de escritura existencial. El cuerpo ha experimentado el contacto con un tema sensible: una mirada, un gesto, un motivo, que produce simultáneamente una conexión inevitable con temas espirituales como el amor, la esencia, la muerte, el olvido. A veces, no hay respuesta; se puede escribir solamente preguntando; otras veces, el tiempo abre nuevas llaves de conocimiento. Lo importante no es tanto responder, sino aceptar la imposibilidad del hombre: la resignación. En medio de cada pregunta hay un camino de confianza. Por algo la fe es un andar a ciegas: hay que confiar en lo que no se ve, para que en su momento, la verdad se manifieste como resultado de una transformación espiritual. En otras palabras, aceptar la mortalidad es de sabios, la inmortalidad pertenece a la locura.
En el segundo caso; la función de escribir sucede como resultado de un proceso oculto, un deseo o anhelo de manifestar; y que, de no revelarse, produce angustia y confusión en primera persona. Al tiempo que sucede esto, el mundo (afuera) levanta un sonido agudo y cada vez más prolongado: es la voz de una conjunción desordenada: se amontonan los ruidos y las frases, la gente y los sentimientos. El mundo aliena (en su capacidad reproductora y consumista) al escritor; el yo-interior agoniza en medio de una inmensidad vacía; por eso la respuesta corpórea y casi instantánea a este momento es la ruptura: una búsqueda incansable de soledad y un hastío que lleva inmediatamente al abandono. Hay una disfunción sensible porque el alma es incapaz de soportar el ritmo acelerado del cuerpo. Cuando un poeta escribe, descansa el cuerpo y el alma regresa.
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