Si existe algo infernal y verdaderamente maldito es que la sociedad nos haya privado el derecho a sentir. La soledad y la ausencia juegan esta especie de frágil foco en alerta. –Olvídalo; si no está, no es. Esto es, demorarnos artísticamente como aparato reproductor, negarnos la conexión de introspecciones que, en su conjunto ,reclaman el derecho a ser, efímero y espontáneo, sublime deseo de amar. El estatus se opone al sensible (pero imprescindible) desorden de los vaivenes del enamoramiento. ¿Pero, no es el amor un ideal que va creciendo y perfeccionándose en cada uno de nosotros con el tiempo? ¿No es el amor una porción de fe, una semilla plantada, construida en su lenguaje; pequeñas caricias, dosis de ternura, e incluso palabras? Por qué recurrir al sensacionalismo de lo absurdo, “todo o nada” “ahora o nunca” ¿Y después? ¿Cómo arrancar el pez de su arrecife? Destruir él hábitat natural y prolongado silencio de la negación…
Fatal conjunción: el amor nace de una idea que trastorna (impetuosamente) al corazón; la realidad es toda ausencia de la otredad en sí. El enamorado honesto dirá: tu mirada; te persigo y regreso a tus palabras; te amo ahora; pero el que verdaderamente ama, concluye que la idea del acto amoroso va mucho más allá de los cuerpos (química presente, espectacular y rebajada); el cuerpo pasa a segundo plano y nace la idea espiritual. Te amo en tu sexo, quizás; a través del cuerpo y para ti; un instante que prolonga vida en ambos, y construye, un anhelo a seguir amando. Por eso detesto el teatro, una expresión que equivale a un gesto absurdo de repetición: modelo de existencia instantáneo: obra en el momento y egoístamente se re-crea; en el otro des-entierra. El juego de la presunción es un “dejar pasar”, para postergar el “clímax” de la vida. El amor no tiene picos ni vahídos; repito: el amor es y nunca dejará de ser (dadas sus características sublimes): desinteresado anhelo siempre desde antes y para después, ahora, ausente y extasiado en su forma completa (de orilla a orilla); el límite es la no-razón; negar el derecho a que exista, a que sólo sea un “orgasmo”; reacción de instinto a lo profano.
No estoy acuerdo y nunca lo haré, en que haya una abismal divergencia entre dos conceptos teatrales (esto es, acto sexual y amoroso; o, tener sexo y hacer el amor). Quienes hacen esta distinción de forma tajante, ligan el acto sexual con cierta forma de placer; sexo-placer-necesidad-instinto-animal; es decir, encierran una idea de amor exclusivamente racional. Como si ese acto sexual no tuviera eco en toda la sensibilidad, en todos los nervios; y como si el ser humano fuera una insignia (solamente) a la maquinización, que no varía en sus movimientos y sólo responde a un deber innato de cumplir para sí /en sí. No concuerdo con la idea del sexo como acto egoísta de placer en sí, cuya función implica la obediencia (racional) a un aparato reproductor desligado de toda fuerza natural y humana.
Quisiera que esta distinción (sexo-amor) fuera real en mí, para no tener que luchar por un concepto en peligro de extinción: la búsqueda insaciable del ser humano en el amor. Aunque el teatro fuera real y cruel: relación del ser humano con su yo-egoísta (mera supervivencia y “yo” a la defensiva”); todavía cuestiono la imagen inconsciente de uno mismo, proyectada en el otro como lucha incansable y amorosa. Considero que, el acto más cruel precede al resultado de una frustración: no-amor pasado, eslabón perdido; resultado que buscará repararse, instruirse, reflejarse, y entenderse. Un no- amor busca su derecho a la repetición (no en un teatro); entre los escombros de la vida real. Compongo entonces; el ser humano, busca incansablemente el amor. Todo acto sexual refleja esta búsqueda: un sentimiento que no pude ser negado en ninguna de sus formas; existe y proyecta la esencia de lo que uno es y de lo que el ser humano, en cualquiera de sus formas, ha anhelado.
El amor es ausencia y a-tiempo (humanamente proyectado a un ideal de lo Supremo). Por eso, cuando se piensa en esta búsqueda, se reconoce que nada humanamente posible es perfecto; aún así, el amor humano es bello cuando refleja la sensibilidad de querer sentir; el deseo a la plenitud de lo perfecto. El amor se consagra como inalcanzable para el ser humano; posible para la eternidad y perfecto entre ambos. La búsqueda que manifiesta el anhelo de amar es un misterio; el encuentro es su única verdad.
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