El poeta buscaba una misión relacionada con acciones asistenciales y de desarrollo, cualquiera fuera su denominación u origen. El poeta estaba consciente de su insensibilidad frente al mundo, a pesar de que tantas veces intentó un socorro inútil: saltar un charco, ver un arco iris, mirar un largo pasto y niños verdes jugando.
Hubo uno que otro remolino intempestivo que le recordó la “gran misión" de salvar al mundo. El poeta no bajó la guardia, a pesar de que los toltecas metafísicos le recordaron no buscar más suerte que la felicidad de uno. Así lo habían escrito hace tantos años, y así podría haber sido, fue o siempre ha sido.
No por menos, (sino por causa de lo extraordinario), el poeta llegó a Cáritas un 11 de febrero. En la entrada de dicha Organización no había más que unos contenedores de reciclaje y de cartón. Recuerda que el director fumaba, y aquella humarada se apresuraba a echar a un lado la suerte del poeta: quería salir huyendo con tantas imágenes santificadas.
Ejemplos de cómo ayudar fueron contrariados en un escritorio de madera, donde el poeta miró a través de una ventana y deseó partir por cuenta propia al lugar de los hechos: la emergencia en Haití, el asilo de ancianos, el psiquiátrico, la casa de refugio y pan, los corredores indígenas, la selvas mayas, de nuevo los ocelotes, los misterios, los enigmas.
Las fotografías de ciertas contribuciones gráficas le parecían la colección de una serie fílmica de Hollywood, hasta que el dolor de un brazo, una mano, una mutilación, le parecieron la escena de otro sueño; un segundo sueño brigadista: el poeta deseó ser un topo y un casco azul para esconderse en tierra firme y oler la suave arena.
¿Cómo regresar a la cautividad, aquel lecho de color ámbar lleno de sueños?
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