Es cierto que hay situaciones en las que la verdad parece inconfundible con la justicia. Pero la justicia es en todos casos desfavorable; es en realidad, un lujo político, un favor humano, un bien renuente, un orgullo con falsas intenciones. La justicia padece del mismo mal de quien lo afecta. La justicia es detestable desde el punto de vista político: la Institución. No quiero por ello, pasar de alto los más altos valores morales. Sucede que en el acto mismo de hacer justicia, “moralidad” nos encontramos con límites físicos y escasos recursos justicieros. La Institución desaprueba a priori al hombre, porque al hombre le corresponde una sola y única identidad: la suya propia.
Quien clama la justicia, en el sentido amplio de la palabra, está añorando un concepto de libertad sin límites. Justicia para sí, no para el otro, no para quien reclama su justicia.
Quien pide justicia está clamando libertad de sí mismo y de quien lo rodea. Justicia significa Amor en dado caso, solución al conflicto real: el corazón humano.
He visto pasar por la oficina a pordioseros, enfermos, hambrientos. La gente va y viene con la misma expresión corporal, la misma petición dolorosa…esperan en vano una insinuación rápida, una palabra de esperanza. Regresan aislados, tanto como esperando un Milagro, como asediados de sí mismos, o de otro hombre moral.
La justicia del hombre es autóctona: ve por sí misma y en automático, se convierte en una doctrina de falsa repetición: un diagrama de flujo; un retrato que refleja los vacíos del justiciero; fabricador de galletitas para el espejo contrario.
La justicia en manos del hombre obra inequívocamente a juicio propio, y por ende, es incapaz de interceder por los hombres y por la sociedad.
Lo que el ser humano conoce como “hacedor de justicia” es inalcanzable para el corazón humano. Mientras que el primero es libre, el segundo está condenado.
El resultado es distinto cuando escuchamos a alguien hablar. Verdad, por el contrario, que rehúsa ser un interrogatorio o una habitación dividida de beneficios compartidos. Quien clama justicia está exclamando a gritos su propia libertad.
Con mis ojos he visto, que somos incapaces de hablar de un idioma y de escribir un lenguaje que tenga por epigrama la salvación del corazón humano. Si hemos sido incapaces de evitar la guerra, y por el contrario, vemos que la dignidad humana menoscaba y corroe…
¿Por qué buscar en el Humanismo la libertad?
1. La justicia si se trata de justicia, sólo puede ser divina, porque el Amor viene de Dios.
2. La justicia es el más alto edificio de una torre. No siempre nos parecerá “benévola”, pero en definitiva, es la antesala al escrutinio humano: el corazón; es decir, la verdad.
3. La justicia va de la mano con la palabra libertad. Libertad quiere decir “salir del yugo de la moral; es decir, de la ley humana”.
4. La justicia humana renuncia a sí misma para que la justicia divina se manifieste.
5. Justicia es libertad.
Después de una larga jornada, en la que hemos visto la mano de Dios sobre Haití, Chile, y luego la sucesión de eventos catastróficos en cada rincón del planeta, el ser humano pide a profundidad, la revelación del sueño real.
La verdad muestra aquello para lo que se hallará consuelo y esperanza; aquello que desplaza lo finito y cósmico de lo real: el corazón humano.
De estar segura de algo, es que los crímenes en contra de la humanidad nos hacen mirar en la lente de la más profunda discordia: esto es, la verdad. Nunca como antes, el ser humano enfrenta una realidad esperanzadora: ya no puede evadirse, porque todo lo moral ha sido acechado y es inútil para socorrer el sueño.
Ni una sátira de religión es más reveladora que el insoldable camino del corazón humano. La religión, incluyendo la del Humanismo, es moral, y en lo moral hemos perecido.
Hemos de vivir la gracia, y en la gracia, encontraremos justicia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario