Dijiste que mi mundo era un niño, y todavía,
recuerdo el cincel templado de mis días.
Cuando tuve tres años
sentí en mi sien una migraña,
eso era un don salpicado,
enfrascado en la bañera,
miedo apoderado de mi miedo
acobardado.
No sabía cómo escuchar,
escuchaba los pasos luces,
los gritos rotos, las aves presas,
los llantos lentos, los
golpes lentos (más que nada los ruines).
Mi lágrima transparente
me sedaba; la vida, los colores,
escuchaba al mundo llorar y yo lloraba.
Vulevo mis oídos serafines,
de pasos lentos otra vez,
sin moverse el mundo despierto,
morfina de esas cosas;
distorsionados mundos y eternas
jornadas. Estoy en todos lados absorbiendo
las historias sin oírse (senderos despiertos);
más los sacudo, los reinvento, me reinvento.
Escucho por ejemplo la eternidad
sin causas: por ser auténtica
sin pausas….prolonga mi silencio
Grito……………………………….….agudo.
Grita el hombre (todavía).
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