Anochezco con luciérnagas. Tengo ojos al frente de toda planicie. Tengo angustia de querer más, soñar más. Hasta que avanzo lentamente y luego retrocedo. Veo un sendero ebrio de montes, pinos, pastos. Sin importar el amén de la borrachera y la culpa de convalecer en este pozo. He recorrido montañas sabiéndome amada. No soy nadie sin incidentes divinos, éstos que me procuran un socorro, una lágrima alegre. Una sonrisa pasa desapercibida y nadie dio cuenta de mi locura. Pero en mi memoria, a veintitrés años de observar el accidente que dio fin a mi inocencia, puedo columpiarme en un parque, agarrar mis patines y bajar una pendiente. Nunca me caí. Hubiera sido hasta casual encontrarme con la inercia y besar sus polvos mágicos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario