domingo, 8 de junio de 2008

...pausa

Hecho veía como se le escapaban los gritos del silencio. Juntaba las manos desbordadas de tanto miedo, los torbellinos desiertos (hierbas con sabor a lengua). De pronto las inundaciones, de pronto el soponcio de una existencia casi inaudita. Las dudas se paseaban invisibles para no lograrse pronunciar. Muchas negaciones (el no-deseo, la no-imaginación de un sueño, desbalances cabeza-corazón). “No he dormido, no he visto el mar, ¿dónde está el deshielo?” Se le llenaba la boca hacia adentro, mucha saliva corría nerviosa sin poderse escuchar. Los muchos ruidos le decían:-quisiera estar loca por un momento, pero el veneno es más sobrio y transparente que todos tus sentidos (no te alejes, no te huyas)-. Aunque existiera un campo de batalla, el peso de las horas le daban vergüenza, aún el sol se detenía a contemplar el sudor de una frente moribunda, aún los ojos sentían una turbia soledad que se mezclaba con la sal (un mareo regresivo de existencia y niebla borrasca: un apagón de luces en medio de una llamada celestial). Justo cuando empezaba a despejarse el cielo le cayó la lluvia; sus manos desbordadas preguntaban: ¿estamos en el trance de una vida o en medio de un pedazo de miedo sobreviviendo en alta mar? ¿es más fuerte una lágrima cayendo o un silencio enmudecido de la vida toda? Empezó a llorar casi a medio de un centenar de vidas y sigue queriendo olvidar las voces no pronunciadas, las lagunas infernales que se quedan existiendo entre los dedos. Se le acaba la última gota y tiene ya todo el veneno en sus venas. Mañana despertará con el peso de las lágrimas y sus manos llenas de querencia. Su último deseo es volverse a desnudar.

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