Sigo buscando entre papeles alguna biografía de ti, para comprobar que alguna vez te conocí. Es verdad que las personas cambian con el tiempo, pero quisiera que se detuviera una constante tuya, esa esencia que sé que no se escapa, que sigue preñada en el aire viejo que solemos respirar cuando nos detenemos a pensar. Los días que te vi partir, las palabras se llenaron con frases tuyas como: vivir senza preoccupazioni, pero no soy de esas personas que se les resbala el viento; yo me desplazo entre los ejes magnéticos con las emociones siempre de por medio. Mis recuerdos serían los primeros en divisarlas, como una constante que repetiría, una y otra vez, tu faz perdida, un mal sueño bebido a medias, un sorbo añejado de vergüenza. Nunca me dejaste verte, o quizás fui la primera y la única en mirarte. No me extraña que hayas huido de la intensidad y visceralidad tan características de mí. Pero no te preocupes, no has sido el único. Las personas a mi alrededor suelen asustarte de mi corazón porque al igual que el mar, es tan colérico, pasional, intenso, indescriptible, que no alcanzas nunca a entenderlo. Eso sí, a pesar de la fuerza de mis torbellinos, la gente no me olvida. Soy de esas personas que dejan en la memoria una huella imborrable; vuelve el tiempo y mi nombre queda petrificado en los sueños, en las miradas de los niños, en las palabras de los viejos. Por eso se me hace raro que no hayas vuelto. No sólo eso. Ya te distanciaste tanto, que a veces parece que hablo de ti como si fueras un exilio en el pasado. Escapaste, lograste pronunciar eso que yo llamo “desarraigo” del mundo. Te felicito porque esa palabra me resulta inalcanzable, no sé cuál es el precio de estar a mil leguas de tu propio ser, tan aislado y enajenado del pasado, en una isla desierta donde lo único que existe es el “hoy”, el “yo” y el cuerpo”. Yo lo intenté muchas veces; desenchufé primero los cables, me inventé unas alas artificiales e intenté volar, pero mis materiales eran artífices del mundo: me estampé con la pared, me envilecí de los engaños del bohemio y vagué como roída en las coladeras, busqué en todas las arenas, algún polvo mágico que tuviera la pócima perfecta para regresar mi inocencia y jamás lo logré. Después, cambié mi identidad; de ser la escoria pasé a ser la bestia, me asumí como tal una categoría superior para vengar mi sangre. Lo logré, hasta que estuve en el cenit del mundo y me sentí vacía. Entonces quise aventarme al precipicio. No de esa forma literal, pero sí de maneras más cobardes. La primera vez tomé pastillas, la segunda me accidenté intencionalmente en la carretera (hacia la nada), la tercera vi el mar azul, y esta vez pensé que era el fin porque descubrí una nueva belleza, una calma indescriptible que no puedo pronunciar con las palabras de ningún poema, el azul del mar antes mis ojos, quieto, vivo, impasible, soñador. Ese día me acordé de ti. Me acordé que siempre te amaría. Pero no logré el desarraigo (y espero jamás alcanzarlo); solamente evoluciono, mis maneras incondicionales de ver las cosas son cada vez más definibles. Así te recuerdo, con estos ojos.
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