jueves, 30 de julio de 2009

Caprice No. 24


Inédito (Paganini)

Navegando un río presuroso,
gigante de cualquier árbol, color amarillo nube espino,
resurrector de versos.

Enano de un murciélago transportador de selvas,
a unas cuantas gotas del lagrimar frondoso;
canto ligero de trino verde azuloso con fuego hincho.

El lujo de la pobreza que sirve al mundo
y un alquitrán huésped de corazón regresa al mismo oído trinitante.
La orquesta de una fiesta;
flautín en la tarde sin crimen, insolente, quizás naciendo;
sendero de un campo vacío con azucenas en medio;
el oído cósmico, luz pálida a soñar.
Un quetzal firme dice los vocablos perdidos de todos los hombres:

-Humanidad-

La vida nunca fue más justa;
tu beso huele a mi perfume nostálgico
guardado detrás de un cajón de etcéteras.
Regreso a la espiral de un cielo vasto,
pequeño pupitre con forma de ventana
con toda el agua de un caudal de aurora a callar.

-Se le llama humanidad al mar-

De todo el tiempo que paso escribiendo,
me convenzo que la hora exacta huele a ti;
de ahí se parte a nombrar las cosas;
la tristeza juega con sus colores de alfombra
y hay algo de viento huracanado que trae colores en la guerra,
la flor de otoño se aligera.

- “Sueño que vuelo” y es lo mismo escribir el aire que sentirlo.

-Se le llama esperanza-

La sobra musical, es lo mismo seda que cartón…
da lo mismo tirar una piedra que bañarnos al costado de una sombra.
Escribir, esa ausencia es intocable.

Lo que nunca veremos se nos da por garantía:
tu amor es inagotable, es un castillo de aire,
un vuelo de mañana o un grupo de sonrisas inconscientes.
El sol arquea y el poema gana espacios siempre que buscamos partir,
sin detenernos.

- Se le llama amor-
Arianna Bañuelos Zetina

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