martes, 14 de julio de 2009

Aterrizando en Panamá...

13 Julio. Un rascacielos de oro

6.48 pm. No ha grillos. La vista es casi siempre igual: nubes de oro; se levantan detrás de una ventana aérea con forma de algodón. La turbina tintineante y un sonido vacilante a contratiempo: Sigur Ros: Glósóli (la representación de la inocencia en virtud de lo real; niños con alas, sueños con sonidos de violines). Una conformación inflexible con la vista: vaho, sombras, nostalgia, contrasta a otra sensación visible: amor (voy permaneciendo en eso que sentí. Te dije: aquí). Libertad, llamarada de mi corazón; urgencia: agazaparse de lo aéreo, invisible, cúmulo proporcional a un aire lánguido, etéreo, inalcanzable. Otras palabras parecidas al amor: agua, tierra, fuego (a veces el alma se confunde con la eternidad: si la permanencia, si la presencia del silencio…

Estamos en territorio de lo humano: todo lo invisible es equivalente a la sensación más próxima: me pareció ver un paisaje iluminado por el mismo Dios cuando el amor de mi vena traslapaba el aire; un vuelo por los aires aterrizaba súbitamente; desde una maleza en verde olivo se vislumbraban unos tejados pintorescos: hormigueros latinos, pendientes caloríficos a medio vivir (supervivencia, si no fuera acuífera, olería a polvo). Descarado contraste en proporción inversa; el alma atañe al cuerpo aunque lo lanza despiadado: los suburbios van formando un gran canal; el cuadro solar encierra el agua y lo limita: "presa", "contenedor impávido": el anhelo enseñoreando libertad; magnificencia claro, majestuosa obra fabricada sobre el reflejo solar incólume de antaños ojos serenísimos; testigos vivientes a la mano visible. Estas ciudades que desde el suelo crecen; raíces de árbol; escaleras al cielo.

¿Qué es el hombre después de todo? Desde arriba nada; desde abajo, gigantes de hierro.

No hay comentarios: