Nos hallábamos en el punto cero de la vida: las palabras muertas de uno mismo al final del día (y eso que sin resistir nos exiliamos). Nuestro propio mundo, luchando con la gigantesca pila de humo, la visible cuesta de la juventud en las espaldas.
Nada, ni siquiera la belleza nos calmaba, nuestra mente ya bloqueada dilucidaba aves-sombras, trinos-lloros, vuelos-rotos, sesgos de lluvia, nubes de paja, manecillas sin horas, sin voces, sin nada de nada; lo poco que le queda al hombre, el desierto de las bocas al final se mueren. Ya lo habíamos intuido: estamos al final del tiempo, en espera de una acústica parodia: Godot en espera de la nada:
Habíamos pronunciado: “El cielo es una nube con forma de serpiente. Qué despliegue militar vendrá mañana, a quiénes salvarán los proyectiles del imperio, la humanidad es un silbido que no encuentra ecos, de dónde vendrá la corrupción que corrompe las almas, el hombre siempre tiende a mutilarse él mismo, falta poco, los trinos no volverán, somos los nietos del gas mostaza y de las trincheras, los hijos de experiencias psicotrópicas…[1]”;
Nos volvimos grandes, regresamos del inframundo para dictaminar nuestra sentencia arrebatada: el extermino de la raza humana; recobramos nuestra inocencia con la memoria olvidada, la belleza infundada, el último jardín de rosas. Estuvimos juntos, unidos todos en un sueño eterno, la certeza en nuestras manos: la nada, y en la nada nos Creamos, nos volvimos hombres, nos volvimos fusionistas.
Bien les digo poetas, que el día del principio es el día que marca la hora del fin.
Este es nuestro desplegado con sangre: hemos caído, hemos errado, hemos muerto, nuestras palabras dictaminarán las lenguas, marcaremos el destino de una inmortal vegetación; si nos pronunciamos del exterminio seremos ese exterminio, si nos auto- mutilamos ya nos morimos todos; si la nada queda, la nada seremos; entonces sí pasaremos a ser eternos esclavos: la generación desencadenada, el eslabón perdido, la culpa, el desagarre.
El miedo que ganamos ¿será que tenemos don a cuestas? La poesía siempre ha cabido en los rosales, sólo que ahora hemos cantado con apariencia seráfica. Hemos resucitado con la marca de Caín, un propósito inevitable de la Duda.
Convoco a Ariel como ni numen. Así habló Rodó del despertar en Latinoamérica: genio del aire, simbolismo de la obra de Shakespeare, la parte noble y alada del espíritu–el término ideal que asciende la selección humana, rectificando en el hombre superior los vestigios de Calibán, símbolo de sensualidad y torpeza, con el que nosotros fusionistas, habíamos puesto frente como voz magistral.
Anhelo sólo lo verdaderamente libre, la vida para quien es capaz de conquistarla bajo un soplo sincero; la humanidad renovada, el ideal del sueño con la fe, de conmovedora locura; ¡No somos unos niños! Somos la actividad humana, el encaro de la realidad que no justifica un velo para sonreír; un cuadro de juventud inmarcesible: ¿Madurará en la realidad esa esperanza?
Muy lejos de suponer una renuncia y condenación de la existencia, hablo de la revelación de fuerzas nuevas; las que serán capaces de incorporar el esfuerzo vivo del pasado a la obra del futuro.
El camino al final no lo sabemos, pero somos parte de ese hombre que teje sigilosamente, que dirige el espíritu de un siglo y el alma cuya estimulación armónica será perfecta. “El buen gusto es una rienda firme de criterio”. No la esclavitud que destruye nuestras mentes, no la abominación retórica, no el laberinto y extravío; es la libertad con significado humano, la obra bendita de los genios.
El renacer del tiempo; de las promesas que fían eternamente el porvenir de la realidad, se entre-abren con las primeras voces, el vestigio de un sueño que acompaña el ritmo triunfal de un nuevo día.
Dormíamos, y soñamos que la vida era belleza; despertamos y advertimos que ella era deber.
Dios no existe en la caverna;
si no… “que erremos siempre”
[1] Primer Manifiesto Fusionista, 2008.
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