Días de influenza
No me ha quedado de otra más que recostarme en la cama de un sueño ligero. He enfermado tres o cuatro veces al año. Esto me hace pensar que mi cuerpo está débil o que algo anda mal con mis defensas. Me he alimentado bien. He dormido de más. ¿Qué andará mal? Pregunta ingenua. Me viene una sensación a desfallecer, no por culpa de mi cuerpo. Siento a mi alma contrita, llorando. Vivir en la inercia es el peor pecado. Y así, he estado deambulando un tiempo.
He querido renunciar muchas veces a un trabajo que no deseo (he llegado casi a odiarlo por fastidio). He querido darme un tiempo para pensar en mis verdaderos sueños. He querido vestir mi cuerpo con una armadura nueva. He querido ver el amanecer con una sonrisa en la cara y otras lágrimas a mi costado. He querido tan sólo las pequeñas cosas. He querido tomar el agua de sorbo. He querido no tener miedo. He querido buscar al Dios que guardaba en la repisa de un sofá y que ahora me llama tiernamente. He querido que Dios fuera un amigo, para decirle las cosas que temo y aquellas por las cuales tengo mis pies doblegados. He querido decirle que tengo un alma al otro lado, y hoy me despertó con esta melodía:
tengo en la memoria un paisaje perfecto, lleno de montañas, un cielo azul, arboles enormes (algunos de algodón), nubes de colores con estrellas estampadas, melodías de risas y llanto en el viento, un aeropuerto, una librería, recién construidas (por todos los avionazos producto de mi distracción y otros cuentos de ficción)…Una voz de ángel que ilumina mis sentidos, y una mirada que cautiva hasta al ser más alejado del alma.
He querido decirle que anhelo paz. Pero lo que tengo, renuncio a causa de un dolor que no soporto. Mis demonios me siguen. Es tiempo de decirles basta. He querido tan sólo despertarme en almohadas de seda. Despedirme de una vida que arrastra mis infiernos. He querido renovarme, he querido detenerme a llorar por última vez. He querido renunciar a todo. Hasta el confín de mis arrugas…
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